ELLA.

Ella.

La mujer que cepilla sus dientes en la ducha inventando planetas que den sentido a su tierra. Encendiendo galaxias -en su pequeño jardín de luces- por si alguien las necesita cuando pierde el norte, en mitad del vuelo.

Trenza palabras y deja sus escritos -con mensajes que otros hacen suyos al leerlos- en cualquier lugar de la ciudad. O del cielo.

Pierde los papeles y la tinta por sus venas navega; entonces… su voz -al llegar la noche- tiene una historia que contarte. Mientas, pega tiritas -sobre heridas- humedecidas con besos.

Ella. Inventando cómo dormir estrellas cuando caen en su vientre palabras en ropa interior. Va creando caminos con sus fabulas entre Mercurio, Júpiter y Venus.

Anda doblando esquinas en calles de papel esperando que la vida la sorprenda. No entiende aún, que sus argumentos, dan vida a la propia vida.

Ella. Que no entiende de mares va creando océanos cada vez que sonríe. Imagina cuando llora cuántas tempestades bailan junto a soles.

Sucia de amores, está empeñada en limpiar tristezas de otros. Viene de otras vidas guardando siete alas de repuesto. Por si acaso tiene que compartir vuelos.

Siete destinos para vivir contigo sin pasaporte ni aeropuerto.

Ella. Con la despensa llena de suelos por tanto tropezar en ellos. Que no aprende las lecciones malditas de quien se empeña en hacer daño y romper corazones para convertirlos en piedra.

Ella. Se mira al espejo dejando grafittis con su lápiz de labios dejando te quieros. Abre ventanas donde habitan grietas. Levanta cortinas de ojos y camisas para sembrar besos.

Descorcha silencios cuando las palabras ya no tienen dueño.

La escritora que pierde los papeles.
La mujer que inventa cielos.
Luz que aprende a volar desde el suelo.

Ella.

Rosa Vidal Ross
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