Hay amores a los que no dimos nada y se merecían todo. Hay amores a los que les dimos todo y no merecían nada. Así de irónico e incoherente es el amor. Hay personas a las que dimos poco o casi nada y nos dieron su mundo a manos llenas. Hay personas a las que dimos el firmamento completo; para descubrir que no merecían una sola estrella. Dejamos escapar momentos especiales sin apreciar el valor que tenían; ahora quizá al recordarlos, duele volver atrás y pensar lo idiotas hemos sido. Aún así, seguimos teniendo un presente lleno de posibilidades para volver a intentarlo; aprender de los errores -como magistrales lecciones- que nos inspiren a entregarnos de verdad con todo lo maravilloso que tenemos a cada una de las personas que, inevitablemente, llegarán a nuestra vida. Repetir lecciones -como piedras con las que tropezamos- se puede convertir en costumbre; repetir en bucle aquello que nos conduce una y otra vez a un laberinto sin salida. Mejor quemar en la hoguera -sin miedos- todo aquello que ya descubrimos no funciona y nunca lo hará. Porque, para quien de verdad quiere, nunca hay excusas. Todos llevamos dentro nuestra mejor versión; dejarla ser, es un extraordinario desafío.
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Siempre nos quedará París, con Rosa Vidal. 